Este término aparece también en Romanos
16:1-2 cuando Pablo elogia a Febe por su ayuda a otros, dándonos una imagen de
liderazgo como servicio. Gobernar y cuidar, entonces, son dos caras de una
misma responsabilidad, reflejadas en la tarea de Adán de "cultivar y
cuidar" el jardín del Edén (Génesis 2:15). Así como un agricultor trabaja
para optimizar la tierra, el líder debe ayudar a las personas a florecer y
alcanzar su máximo potencial.
Reflexionando sobre esto, pienso en mi propio proceso “agrícola” de escribir mi último libro Alinearse: Elige florecer en un mundo de opciones, un recurso para jóvenes acerca de su misión en la vida. Después de años de intentos, mi esposo, Tim, me ayudó a reorganizar mis rutinas, liberándome de tareas y gestionando prioridades para maximizar mi enfoque. Su apoyo es un modelo de ese liderazgo que no busca control, sino ayudar a que el otro prospere. Su compromiso de cuidar mis tiempos y mi espacio de trabajo demuestra el tipo de "gobernar" que no demanda, sino que edifica.
Este ejemplo de Tim revela una diferencia crucial en el liderazgo familiar. A menudo, el liderazgo público permite planificar respuestas y prepararse espiritualmente. En casa, sin embargo, enfrentamos desafíos de inmediato y sin preámbulo, en un entorno donde nuestro carácter se pone a prueba de forma continua. La convivencia diaria expone si nuestras virtudes son reales o solo una fachada.
Es en el hogar donde cultivamos relaciones y donde se pone a prueba nuestra capacidad de liderar con amor. En este sentido, la vida familiar es un entrenamiento para el liderazgo en la iglesia y en la comunidad. Pablo refuerza esta idea cuando dice que el líder debe tener buen testimonio, incluso de quienes no pertenecen a la iglesia. Como un testigo en un juicio, la vida del líder debe invitar a los demás a ver la realidad de Dios a través de su testimonio y comportamiento cotidiano.
Sí, gobernar y cuidar a la familia exige sacrificio. Cristo es nuestro modelo de un liderazgo sacrificial, y la cruz que llevamos no es solo una metáfora. Pero también nos muestra que este camino vale la pena, ya que, "por el gozo que le esperaba, soportó la cruz" (Hebreos 12:2).
Reflexionando sobre esto, pienso en mi propio proceso “agrícola” de escribir mi último libro Alinearse: Elige florecer en un mundo de opciones, un recurso para jóvenes acerca de su misión en la vida. Después de años de intentos, mi esposo, Tim, me ayudó a reorganizar mis rutinas, liberándome de tareas y gestionando prioridades para maximizar mi enfoque. Su apoyo es un modelo de ese liderazgo que no busca control, sino ayudar a que el otro prospere. Su compromiso de cuidar mis tiempos y mi espacio de trabajo demuestra el tipo de "gobernar" que no demanda, sino que edifica.
Este ejemplo de Tim revela una diferencia crucial en el liderazgo familiar. A menudo, el liderazgo público permite planificar respuestas y prepararse espiritualmente. En casa, sin embargo, enfrentamos desafíos de inmediato y sin preámbulo, en un entorno donde nuestro carácter se pone a prueba de forma continua. La convivencia diaria expone si nuestras virtudes son reales o solo una fachada.
Es en el hogar donde cultivamos relaciones y donde se pone a prueba nuestra capacidad de liderar con amor. En este sentido, la vida familiar es un entrenamiento para el liderazgo en la iglesia y en la comunidad. Pablo refuerza esta idea cuando dice que el líder debe tener buen testimonio, incluso de quienes no pertenecen a la iglesia. Como un testigo en un juicio, la vida del líder debe invitar a los demás a ver la realidad de Dios a través de su testimonio y comportamiento cotidiano.
Sí, gobernar y cuidar a la familia exige sacrificio. Cristo es nuestro modelo de un liderazgo sacrificial, y la cruz que llevamos no es solo una metáfora. Pero también nos muestra que este camino vale la pena, ya que, "por el gozo que le esperaba, soportó la cruz" (Hebreos 12:2).